Ciudades, barrios y pequeñas localidades ¿Cómo proyectar hábitat más inclusivos y participativos?

Propiciar espacios plurales de pensamiento y práctica de nuestras ciudades, involucra necesariamente ceder poder de decisión respecto de la proyección de las polis. el cómo habitar es un diálogo intercultural y etario amplio, donde niños como adultos ocupan y viven el espacio colectivamente, manifestando con ello la urgente necesidad de debatirlo y consensuarlo a través de decisiones transversales.  


el presente artículo intenta plantear algunas inquietudes respecto de la relación entre ciudadanía y las políticas públicas, en cómo debemos ir incorporando de forma responsable y progresiva, mecanismos eficaces, vinculantes y empáticos de participación ciudadana, como también la de otras  de inclusión social que nos permitan generar programas de desarrollos urbanos/rurales representativos y con buena calidad de  por y para la gente que las habita.

un caso como muchos otros.

presenciando una exposición de cómo intervenir un deteriorado barrio de san fernando en la región de o’higgins, y cuya principal característica es ser un sector urbanizado en la periferia de la ciudad colchagüina conectando el lado urbano y rural de la comuna, escuché la profunda preocupación por mejorar la calidad de vida de los habitantes de esta franja barrial a través de una importante intervención .

sin embargo, las lecturas desprendidas del cómo, por qué y dónde intervenir arrojan ciertas consideraciones que se alejan de la identificación de factores centrales que actualmente deben ser incorporados en las planificaciones urbanas de cualquier ciudad, barrio o pequeña localidad rural.

en dicha oportunidad, se proponía un ambicioso plan de restauración de los espacios públicos intentando recoger el sentir de sus habitantes locales a través de mecanismos de acompañamiento a través de una dupla técnico-social (arquitecta y asistente social), la cual desarrolla una coresidencia temporal con los habitantes del barrio.

no obstante, la propuesta final de intervención arrojó ciertas omisiones, que actualmente resultan sensibles respecto de las necesidades y demandas de nuestras sociedades para generar representativas planificaciones urbanas en las ciudades y pequeñas localidades. una de las más interesantes de adelantar es la ausencia en la comprensión de los roles de género en el uso del espacio público; o más específicamente, en los ejercicios de poder y empoderamiento que dictaminan la cotidiana relación pública entre adultos/niños, hombres/mujeres, peatones/transporte público, ciclistas/automovilistas, comercio/trabajo, recreación/educación, etc., que se cruzan constantemente en las calles, esquinas, plazas y territorios comunitarios cívicos.

paradigmas hegemónicos.

cuando proyectamos e intervenimos nuestros hábitats, lo hacemos desde dinámicas altamente estructuradas y normadas por principios sociales que transcienden nuestras particulares lógicas: verticalidad en la toma de decisiones institucionales; enfoques técnicos por sobre las experiencias del diario vivir ciudadanos (de los propios “beneficiarios”) en los proyectos y planes para cada localidad; o representaciones económicas y de sesgo social de autoridades, profesionales y funcionarios que dificultan crear verdaderas articulaciones de inclusión social.

somos ciudadanos que habitan monótonas ciudades, pétreas vecindades que han sido moldeadas bajo concepciones socioeconómicas neoliberales y patriarcales, cuyo espacio público va en función del tránsito, el individualismo y productivismo de nuestras culturas, generando en consecuencia un paulatino desmedro y destrucción de lo comunitario, de aquellas comunidades que giannini o bauman ven en los barrios, calles, pueblos y campos.

ciudades parchadas con autopistas, atochamientos, falta de áreas verdes, inseguridades, edificaciones y centros comerciales. componentes todos, de un mismo rostro urbano que indistintamente puede afectar a los habitantes de cada ciudad en el mundo.

de esta manera, y retomando la exposición del barrio sanfernandino que provoca este breve análisis, es que nos encontramos con diagnósticos que muchas veces quedan en lo superficial, en variables poco flexibles y que impiden plasmar urbes y localidades como espacios de verdadera expresión de la multiculturalidad de nuestras sociedades.

en este sentido,  de los temas centrales en la desintegración del barrio ha sido históricamente vinculado a la descomposición , y con ello a las responsabilidades de género que supuestamente le caben. cuestión que dilata el objetivo de revertir espacios y hábitats que segregan y coartan la participación plena de cada persona independiente de su condición o carácter. la ausencia de espacios que sean comprensivos –en este caso-, con el doble rol que debe cumplir la población , esto es productiva y reproductiva, son parte de estas disyuntivas que no logramos ver.

lo anterior, y desde una perspectiva antropológica del concepto, se observa en el barrio sanfernandino una situación liminal o de frontera simbólica si se quiere, en que el barrio más que ser puente entre lo urbano y rural, se transforma en un  de exclusión de ambos campos; exclusión además, que se deduce de la doble dinámica –productiva y reproductiva- que deben completar diariamente las  que lo habitan. esto último, y en contraposición al rol meramente productivo del , debe trabaja y generar actividades del quehacer  en uno y otro lado de dicha frontera. es entonces, que la “dueña de casa”, es trabajadora dentro y fuera del . buena parte del  aportan a la economía familiar como temporeras en los campos adyacentes a sus hogares, obligándolas a movilizarse hacia las afueras de la urbe, pero también, deben realizar otras labores y roles que las empujan en una dirección opuesta, para recurrir hacia el centro de la ciudad con el fin de responder a las tareas de educación familiar, salud o pagos de servicios, entre otros.

los tiempos de movilización y labores cotidianas se multiplican en comparación con el movimiento unidireccional del hombre (hogar-trabajo). la ciudad en este sentido, esta delineada como un campo de acción masculino o productivo, excluyendo el campo de acción femenino, aquel grupo social que se mueve en el ámbito productivo y reproductivo.

dicha percepción hegemónica del espacio público genera desde sus bases, una importante situación de incomprensión y falta de respuesta a los derechos de la ciudad de más del 50 por ciento de sus habitantes, y que se inician desde los campos paradigmáticos e ideológicos de nuestras culturas, de herencia patriarcal y neoliberal.

participación y el miedo a ceder poder.  

tal falta de entendimiento y diálogo con los aspectos sociales, económicos y culturales que condicionan la urbanidad es producto de la rigidez en que se mueven la toma de decisiones y políticas públicas respecto de los hábitats comunitarios y residenciales de los ciudadanos.

sobran los ejemplos de proyectos urbanos o habitacionales que fracasan al no considerar la opinión y experticia de los habitantes locales o “beneficiados”. enormes pérdidas en dinero e infraestructura no utilizada o destruida podría ser mejor aprovechada si  agregamos mejores mecanismos vinculantes de participación ciudadana. al respecto, el único modo de generar planes y programas pertinentes a las necesidades de la sociedad hoy en día, es accediendo a compartir con la comunidad la generación y consolidación de los proyectos urbanos.

la valiosa acción de uno o unos cuantos no bastan para generar cambios profundos en las lógicas y percepciones urbanas de nuestras ciudades y pueblos. dinámicas asentadas por generaciones y que se siguen reproduciendo en lo cotidiano de nuestros quehaceres. el peso de las dinámicas culturales institucionales, como los patrones de poder de decisión que hegemonizan las instituciones públicas y privadas está lejos de cambiar.

los cambios culturales son procesos lentos y que implican diálogos colectivos y sociales por años, generaciones quizás. recordemos que los primeros lineamientos de participación ciudadana a nivel institucional se dan a fines de la década del 90, durante el gobierno de ricardo lagos, y que hoy, 3 gobiernos y casi dos décadas después, aún sigue siendo un tema pendiente entre nosotros.

más aún, el concepto de los “derechos a la ciudad” como un concepto que exige a la ciudad como propiedad de las y los ciudadanos nace en la década de los 60’s, cuando el geógrafo y filósofo marxista henri lefebvre plantea las consecuencias negativas en las dinámicas de las urbes producto de una economía capitalista ajena a los intereses colectivos ciudadanos.  sumado a ello, la adopción de dicha idea por la naciones unidas en 2004, para enfocar una nueva política en el tema hábitat. todo lo anterior, exponen lo dificultoso de generar cambios en las maneras de hacer ciudad, más aún de proyectarlas bajo principios inclusivos y pluralistas.

es por ello, que ante la nueva agenda institucional de inclusión social, sumado a los tenues ejercicios de participación ciudadana, es que la ciudadanía y la sociedad en general, son los llamados a empujar los procesos vinculantes que permitan generar políticas públicas y de desarrollo pertinentes y plurales, a fin de cuentas, exigir nuevas maneras de intervenir los espacios públicos propios de cada barrio, pueblo y ciudad.

hoy, construir y recrear las ciudades debe necesariamente integrar cuatro factores transversales a la sociedad: interculturalidad, equidad de género, accesibilidad universal y participación ciudadana.

si en el pensamiento de las polis no se incorporan éstos cuatro pilares de la agenda, entonces estaremos reproduciendo las mismas lógicas que han devenido en ciudades desconectadas de las prácticas culturales, necesidades de uso de los espacios públicos, y anhelos de los grupos humanos que entretejen diariamente sus relaciones sociales a lo largo y ancho de plazas, aceras y calles.

Claudio Contreras Véliz – Antropólogo Social

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